Premiere the 14th october 1993 at Teatre Municipal de Girona.
Shown until the 14th november 1994.
Theatre as an art seems destined to be a museum piece or old relic. The signs are clear. The great bureaucratic and economic complexity which exists today between the simple formulation of a creative idea and its practical realisation has lead to the protective intervention of the States with their new neo-liberal model of cultural nationalisation.
Our old theatrical profession is torn between assessors, advisory boards and ministerial departments. Flea infested ruins have been substituted by costly opulent buildings, but along the way something as essential as obscenity and transgression has been lost. Today, any cultural representation is in danger of receiving the National Theatre Award and this decadent situation is the responsibility of the professionals who, in their stupid vanity, have aspired to being something more respectable than simple buffoons.
For this reason “Don Josep” an old usher from the National Theatre, already dilapidated and out of action, tries to resuscitate the art of the theatre with a group of homeless people who represent “Rigoletto”, the character who Don Josep considers to be the symbol of theatre. They are a profession of villains, buffoons, minstrels and clowns, the complete opposite of the histrionic, intellectual realist actors, who have reduced the profession to the point of converting it into an art for the institutions.
Paganini: Jesús Agelet
Manuela Castadiva: Begoña Alberdi
Fidelio: Josep M. Fontserè
Don Josep: Ramon Fontserè
“Finito”: Joan Gallemí
Sanidad-Periodista-Arquitecto: Ramon Llimós
Yuta: Minnie Marx
Montse: Pilar Sáenz
Carlos: Xevi Vilà
Director and set space: Albert BOADELLA
Assistant director: Lluís ELIAS
Literary collaboration: Josep M. ARRIZABALAGA
Properties and stage decoration: Xavier i Jordi BULBENA
Scenography and sound: Jordi COSTA
Sound: Estudio OIDO
Music: Joan Albert AMARGÓS
Costumes design: Deborah CHAMBERS
Lighting design: Josep FERNÁNDEZ
Set up: Antonio PINÓS, Bernat JANSÀ
Production of:
Un canto al teatro
Diario 16
22/01/1994
Enrique Centeno
Suenan las excavadoras y las piquetas en el exterior demoliendo ya el teatro. El
arquitecto entra en el vestuario ya abandonado escenario a pedir a sus
habitantes que desalojen, de modo que sólo hay una solución: integrarle en la
representación de ‘Rigoletto’ y degollarle, ejecutarle en un formidable
paralelismo estético de la obra de Verdi que se ensaya.
Boadella, bufón maquiavélico y jacobino, ha hecho ejecutar antes al crítico
teatral de un arcabuzazo en una venganza personal quizá largamente acariciada
(se da incluso su nombre real).
En una imaginativa escena, acuchilla simbólicamente a directores generales,
programadores, responsables de cultura, ministros, críticos, intelectuales o lo
que él llama ‘funcionarios del teatro’. Y de la condena no se salvan ni los mismos
cómicos, ‘putas que hacen de vírgenes’ o ‘maricones que representan a Don
Juan’. Y para distraer al poder, los invita al estreno, según confiesan desde el
escenario en una carcajada burlona.
Ellos, que han sido coproducidos por una decena de instituciones, incluido el
propio Ministerio de Cultura, que sabe bien de la perfección formal, asombrosa,
que esta compañía es capaz de conseguir las más de las veces, aunque sea un
ejercicio canalla y malvado.
Antes de todo ello ha habido casi una hora de poético planteamiento: el viejo y
acabado teatro, los indigentes que se aprovechan del romántico encargado para
jugar al teatro, la superposición de la acción real con la ópera que ensayan, las
mil citas del argot escénico, de sus miserias, de su grandeza… Y Boadella, como
un marionetista, pasa de la ternura a la rabia, del humor al llanto en un
permanente alarde de cinismo. Toda la representación de una gran mentira,
incluso el aparente mensaje de que el teatro ha muerto, porque el montaje
constituye un amorosísimo homenaje a la única mentira lícita, la que se hace
desde la escena, desde el profesional del embuste.
Ya queda mencionada la perfección formal, de una sensibilidad escalofriante (al
menos en cuanto se superan los primeros quince minutos), pero es necesario
subrayar los méritos de un texto cuidadísimo, de valores literarios no siempre
presentes en Els Joglars; también una interpretación formidable de todos –
parte de ellos son músicos y cantantes profesionales- pero sobre todo la de
Ramon Fontserè, centro e hilo conductor de todo el espectáculo, en una
creación cuya composición corporal y vocal, cuya ternura y crueldad, su sentido
del humor y su talento insólito, ya probado en anteriores trabajos.
En suma, estamos ante uno de los más sólidos trabajos de esta compañía.
Ajuste de cuentas
Deia 14/11/1993
XVIII Festival Internacional de Vitoria. Teatro Principal
Pedro Barea
En un teatro a punto de ser derribado, el viejo acomodador del local reúne a una
tropilla de indigentes –músicos del metro, mendigos a la intemperie- para
representar ‘Rigoletto’. Es ‘Don Josep’, un tipo esencial, un iluminado que
parece que lleva una tramoya por esqueleto. Su perorata se llena de invectiva
contra los teatros públicos, contra los actores funcionarios, contra la solemnidad
del teatro y sus mentores, contra los ministros y consejeros de cultura, los
críticos y periodistas, y todos los que han metido la cuchara en la olla. Entre
todos lo mataron.
Están melancólicas las gentes del teatro. En poco tiempo se han estreando
varios espectáculos que lloran su agonía y hablan de su muerte. El ‘Perdonen la
tristeza’ de La Zaranda, de Jerez; el ‘Hoy, última función’, de Karraka.
Escenarios cochambrosos, en derrumbe. Gentes tronadas, locos incapaces de
ver lo que pasa, o que lo ven demasiado bien. Malos tiempos, hasta Núria Espert
asiste al hundimiento del teatro en su monólogo japonés.
Albert Boadella hace en ‘El Nacional’ –el teatro nacional- un ajuste de cuentas
con su propio mundillo. Más que con ‘el poder’ o con la oficialización de los
creadores. Lo hace con el teatro, contra su gente, contra su modo de ser.. Los
conoce bien, se conoce él mismo y en ‘El Nacional’ se vacuna con el antídoto que
ha fabricado.
El espectáculo tiene la estructura habitual de los trabajos de Boadella y de Els
Joglars. Un teatro que se alimenta de sus propios hallazgos. Una idea central
organizada en acciones desarrolladas a partir de núcleos intermedios, que
tienen autonomía respecto al cañamazo argumental. Boadella es ingenioso, sabe
sacar el jugo, y hay momentos logradísimos, desde lo satírico a lo lúdico, de su
desvergüenza para dar pelos y señales a lo bestia, hasta ese talante infantil que
le permite inventarse un pentagrama vivo en el que las notas son los cuerpos.
Puede que sea el trabajo más literalmente teatral de Boadella. Con más carnes
escénicas y más músculo. Con más guión y menos recursos tecnológicos o
espectaculares para ligar los distintos trances. Con actores que hablan más y se
están quietos. Puede que asistamos a un giro en el estilo del grupo. Y a otra
madurez en su director. Está lleno de referencia, de una voracidad nerviosa ante
todo lo que pilla. Desde el ‘Rigoletto’ –el tópico lírico, la ‘culturera’ provinciana
encarnada en ópera- las frases hechas que son esa difusa cultura general de un
oficio tan poco lustroso como ilustrado. Los gestos, las manías, los vicios. Los
mendigos son buñuelescos, los funcionarios son de comedia costumbrista, la
violinista polaca o la fregona con ideas confusas del repertorio lírico con un
esperpento vivo. Y ese don Josep sentencioso, que cuando se pone severo habla
como las aleluyas, como en un catecismo o en los folletos de instrucciones,
cabalga sin freno entre Tamayo y Baus y Alzheimer.
Por alguna razón aparece en los programas la edad de los actores. La edad de
Boadella no consta, pero puede que le lleve casi 30 años a su actriz más joven.
Nostálgico Albert. Aunque su gente parece disfrutar con lo que hace, divertida,
afanosa y aparentemente llena de ganas de alegrar con su sardónico salero la
agonía y el velorio.