Estrenado el 28 de octubre de 1985 en el Aula de Cultura de Alicante.
Se representó hasta el 21 de enero de 1987.
El conjunto de actividades que bajo el título de “Europa al alcance” ha organizado nuestro departamento, llega hoy a su máxima expresión con este concierto de los prestigiosos “Virtuosos de Fontainebleau”. El espíritu con que han sido programados todos los actos de estas jornadas es el de promover aún más la tradicional vocación de Europeísmo que ha respirado siempre nuestro pueblo.
Europa significa progreso, cultura y civismo, una triple convención que hemos de aceptar y lograr pese a las contrapartidas materiales que ello pudiera significar en un futuro inmediato.
Podemos afirmar que ya somos Europeos sobre el papel, pero más allá de los documentos, ¿se puede hablar hoy de una manera de hacer y ser “Europeo”, y quien mejor que la refinada Francia puede personificar esta manera de ser? ¿Y qué mejor que la música clásica para simbolizar la síntesis cultural de la gran Europa?
Hoy, pues, como epílogo tenemos estos dos símbolos unidos. Confiamos plenamente en que los sabrán captar y disfrutar al mismo tiempo.
Salvador Montanyà
Jefe de Servicios de la Consejería
de Interrelaciones con Europa
Alain Busnel (Flauta): Jesús Agelet
Lucien Bleziot (Contrabajo): Pep Armengon
Marcel Kleber (Violín): Gilbert Bosch
Gaston Lefebre (Clavicémbalo): Jaume Collell
Michel de Valmenier (Fagot): Ramon Fontserè
Antonio Rosales: Santi Ibáñez
Monique Colins (Viola): Maribel Rocatti
Margon Reverdin (Violoncelo): Clara del Ruste
Salvador Montanyà: Xevi Vilà
Dirección: Albert BOADELLA
Ayudante de dirección: Glòria ROGNONI
Dirección musical: J.M. DURAN
Técnico de luces: Pere ANGLADA
Técnico de sonido: Jordi COSTA
Escenografía: Jordi ALBERT “Llanes”
Efectos especiales: Santi ARISA
Figurines: Josep M. ESPADA
Colaboraciones: Lluís RACIONERO – Xavier RUSCALLEDA – Pere SELLARÉS (Canto) – Conjunt Instrumental del Teatre Lliure (Música) – Kari VANE (Modista)
De la ironía a la fiesta
El País
03/03/1986
Eduardo Haro Tecglen
Los Virtuosos de Fontainebleau comienza con una leve ironía y termina con una
zarabanda bufa de superrealismo ibérico. Se remeda en la obra un acto cultural:
la Generalitat se ha traído un grupo de músicos franceses para irnos
incorporando a Europa, y la pequeña torpeza del funcionario que lo presenta y
la pedantería de los músicos abren la caricatura. Casi sin exagerar algunos
rasgos bastante reales. Poco a poco la situación bufa se va acentuando.
Albert Boadella, autor-director, se recrea en su excelente capacidad de
observación humorística de ciertos rasgos humanos, y tiene una cultura de vida
y de psicología que le lleva a grandes aciertos: de lenguaje, de captación de
tonos fonéticos, de gestos característicos. Asoma en el escenario esta caricatura
de una cierta Francia pequeño burguesa culturaloide, intelectualoide. En esta
parte, la literatura de Boadella raya en la perfección escénica por la calidad del
sonido, la ironía sobre la música misma, la media seriedad sobre la
representación del concierto.
El despegue se hace sobre algunos números: el fastidio paternalista de los
músicos sobre la supuesta incapacidad del público español, su explicación sobre
la música primitiva y la culta, la intervención cada vez más torpe y apurada del
delegado autonómico, la relación con la cultura gastronómica, la aparición de
un personaje popular, los perritos… Lo literario tiene cada vez más fuerza
teatral o espectacular, la ironía se hace bufa, la parodia se desorbita. Estalla.
Surge el sexo, el pasodoble, la furia: los músicos franceses se van haciendo
celtíberos. A través de la ironía acerca de estos pequeños burgueses
contemplando a España está esa misma contemplación de Boadella.
No sé, francamente, si hay un editorialismo de autor o una toma de posición
sobre el europeísmo español, sobre las preferencias de ser europeos cultos o no,
aunque en ningún caso la representación deja indiferente, y representada aquí
deja libre una sana autocrítica. Es decir, cumple una de las grandes y cada vez
más olvidadas funciones del teatro, sea cual sea su género. Sé que hay una parte
de Francia que es así, como hay una parte de España, y una idea de Europa que
tratamos de asumir de una forma caricaturesca, y que todo esto juega con un
esplendor teatral que Boadella domina hasta en sus momentos más bajos. Y éste
es uno de los más altos, aunque aparezca como desprovisto de trascendencia.
La media hora final, el pin-pan-pum, el superrealismo celtibérico donde las
figuras de Napoleón, la Virgen del Pilar, un guardia civil con mantilla, Dalí,
Lorca, el rey Luis, el Tambor del Bruch y Jordi Pujol se mezclan en una
fantástica jota es de una brillantez teatral extraordinaria. Claro que en todo ello
hay fragmentos de zafiedad, de escatología, de pornografía; pero todo colocado
dentro de una calidad de espectáculo y como parte del sentido crítico y
autocrítico de la obra. Como sucede con el tópico, éste deliberadamente
colocado y explotado, porque todo el conjunto es, precisamente, una visión del
tópico.
En esta calidad hay, queda dicho, una excelente interpretación de Els Joglars, y
una limpieza técnica de sonido y de luces, y una preparación intensa y extensa.
Pero hay también una calidad interna, de idea y desarrollo, de condición de
autor-director. Queda una vez más claro que Boadella es un gran hombre de
teatro, por encima de unas circunstancias que en un tiempo han hecho de él el
símbolo de la libertad de expresión, en otras el protagonista de un falso
escándalo político-religioso.
El público del estreno en Madrid gozó de la fiesta teatral. Entendió lo sutil y
participó del estallido de la farsa, y otorgó el clamor del éxito a Boadella y sus
Joglars.
BOADELLA UN BUFÓN DE SÍ MISMO
Cambio 16
16/02/1986
Entrevista de Carmen Rigalt
- Vivimos prácticamente a toque de campana, con mucho orden. En
el fondo tengo cierto espíritu militar...
- ¿Militar, usted? Qué cosas dice, Boadella. No me haga reír.
- A lo mejor soy un militar frustrado. Quien sabe. En el trabajo me
considero un tipo muy disciplinado. Me exijo disciplina y se la exijo a
los demás. Nuestra vida aquí (en Pruit) es casi monástica. Nos
permitimos pocas distracciones, poquísimas.
- A usted le encanta hacer de enfant terrible. Le gusta escandalizar, "epater les
bourgeois", que dirían los franceses.
- Hoy en día no resulta fácil escandalizar a la burguesía. Además, a
nuestros espectáculos viene gente muy mayor, lo cual me tiene
bastante inquieto. Me pregunto yo si es que la gente mayor de ahora
le va la marcha. De otro modo no me lo exolico. Antes, la gente
mayor se levantaba a mitad del espectáculo y abandonaba la sala.
Hoy ya no. Por otra parte, tenemos un público muy joven,
básicamente marginal, que no acepta el teatro de toda la vida.
- ¿No tiene usted nada de "seny" por un casual?
- Ni hablar. Para mi el "seny" es un insulto. Lo detesto.
- ¿Albert Boadella es patrimonio de la izquierda?
- No. Estoy seguro que a la izquierda no le gusto, lo que sucede es que
se considera obligada a asumirme. La derecha, por el contrario, se
considera obligada a no asumirme. Son puntos de partida distintos.
Pero gustar, lo que se dice gustar, seguramente no gusto ni a unos ni
a otros. Y mis relaciones con el poder, esto es, con la Generalitat, son
muy escasas. Me subvencionan un diez por ciento, nada más.
Realmente lo prefiero así. Si me subvencionaran un cincuenta por
ciento, estaría pillado y tendría que hacerle caso al teléfono cada vez
que sonara. La nueva censura viene impuesta por las relaciones
económicas. De esta forma puedo permitirme el lujo de enviarles al
carajo cuando me apetezca.
- Usted no se casa con nadie, vamos.
- Por decirlo de alguna manera, estoy con los anarquistas de
derechas. Soy muy reacio a las actitudes nacionalistas, me revientan.
Tampoco puedo negar mi origen, y en ese sentido, pues sí, me
considero catalán, o sea, me considero un señor que habla una
lengua más gutural que el castellano, que posee unas tradiciones
folclóricas determinadas y que tiene unos tics concretos a la hora de
resolver algunos asuntos. Pero el pasado de Cataluña, el once de
septiembre y todas esas cosas, me importan un comino. Es más:
recordarlo se me antoja un masoquismo peligroso.
- ¿Qué nos pierde a los catalanes?
- El cinismo. Somos los más cínicos del mundo occidental. La
cantidad de clientes que han pasado a lo largo de la historia por esta
"botiga" llamada Cataluña nos han dejado una herencia de cinismo
importante. Yo entiendo que cierta dosis de cinismo es saludable,
pero nosotros nos hemos pasado. Y luego, para colmo, tenemos
sentido del humor y no sabemos reírnos de nosotros mismos porque
desconocemos el ejercicio de la autocrítica. Aquí todo es sagrado, no
puedes meterte con nadie... Así nos va. Un asco.
-¿Usted está contento de ser europeo?
- Me trae sin cuidado, sinceramente. La Europa de mercado no me
interesa para nada, prefiero lo insalubre y lo cutre de Marrakech a la
sanidad de Zurich, me inspiran más los moros que los suecos.
Además, la cultura de la Europa que nos han vendido es una cultura
de ministerio, aséptica y manufacturada.
- ¿Una curiosidad: ¿Es usted utópico?
- No. Para mí no hay imposibles. Todo es posible en Boadella.